UNA MANTA FRESCA

MANTA es lugar fresco, en múltiples sentidos: es un lugar con una temperatura fría; es una comida que no se ha podrido porque aún se conserva como si acabara de hacerse; es un lugar que no da muestras de fatiga; un lugar para el descanso, desvergonzado; que no contiene artificios. Es un lugar, que en definitiva, nos conduce a sentirnos en presencia de nuestro cuerpo; sea para taparlo, olerlo o acompañarlo.

Mi paso por MANTA me llevó a un tiempo paréntesis, un periodo de separación de mi vida construida. Allí continué la línea de trabajo que aborda la relación entre los objetos y el espacio, entre los objetos y la memoria, entre los objetos y el cuerpo. La contingencia del nuevo contexto supuso un encuentro con un espacio mental absolutamente nuevo. Este espacio fue una posibilidad para encontrarme con mi propio pasado, que surge en nuestra memoria ante un acontecimiento cotidiano, un pasado que no existe como copia fiel, sino que se aferra a impresiones siempre cambiantes.

Los primeros días fueron de aproximación y adaptación, toda persona que ha pasado por San Martín de los Andes sabe que no se puede salir ilesa de sus influjos de un tiempo más suave y suspendido. Observé los recursos que el lugar me ofreció como particulares y me propuse aprender de la madera junto a mi compañera de residencia, Sabrina.

Pasamos de caminatas húmedas por montañas y aprender los nombres de los árboles, a estudiar sus estructuras microscópicas desarrollando hipótesis absurdas, verlos morir en un aserradero para convertirse en listones, o la sofisticación de un luthier que con un delicado poder de persuasión, convertía la madera en contrabajos. Desglosamos el trabajo humano sobre unas tierras que parecía les habíamos robado a nuestros antepasados. Sentí la deuda de no saber nada sobre las comunidades nativas, de no saber nada sobre la vida de las piedras y de todo lo que allí acontece a mis espaldas.

Me detuve en el paisaje, un paisaje estereotipado y convertido en simpática mercancía, como sobres de azúcar. Me detuve en los bloques de formas hexagonales, de los pisos de un estacionamiento, que imitan las comunidades de las abejas; los copié en estructuras frágiles. Me detuve en la acción repetitiva de compactar papeles de encaje con un instrumento de cocina.

Dos tareas traje de allí: profundizar en la relación de lo pequeño y el adentro, de la microscopía cotidiana y aprender a bailar los objetos.

COREOGRAFÍA DE OBJETOS

La oscilación coreográfica existe en la putrefacción de las cosas o en la trasformación que de ellas se hizo de su situación de uso, de su vida útil en el mundo. Dentro de una danza de objetos paralíticos, el movimiento aparece como un proceso biológico sobre el nacimiento y la muerte. Un cuerpo-objeto se contrae y se dilata. Un cuerpo piensa demasiado. La mente, separada, aprende por especulación, por su doble siniestro. Mi cuerpo anómalo, mi cuerpo enfermo, mi cuerpo de espinas. Tengo un hombro más bajo que el otro, dientes caninos de leche, la columna rotada y los dedos de los pies doblados como garras. Tengo un exoesqueleto hecho de objetos; ellos me sustituyen, me copian y me miran. Me convierto en objeto de mi misma, como una estatua con nariz grecorromana en su plataforma de libros al lado de la cama. De ellos me alimento creando un sistema, en un espacio microscópico que fragmenta, divide y separa. Aíslo todo en telas de plástico mientras devoro la belleza de lo vulnerable.

 

Bio

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Nací en Bahía Blanca (Buenos Aires, Argentina) en 1983. Allí pasé mi infancia donde cultivé una nostalgia por lo perdido que aún hoy me acompaña. El pensamiento sobre el mundo y la insistencia en hacerlo materia son la aleación de mi espacio cotidiano y el núcleo de mi producción artística. En el 2001 viajé a Córdoba, abandonando todo lo que conocía, para estudiar la Licenciatura en Pintura en la Universidad Nacional (UNC), diez años después viajé a España para quedarme poco más de un años, allí todas mis esperanzas sobre el arte tomaron cuerpo y volví a Córdoba para compartirlo.

Hoy me desempeño como adscripta en la cátedra Lenguaje Plástico y Geométrico II (UNC, 2015-2016) y formo parte del equipo de investigación Poética e Institucionalidad en el Arte Contemporáneo de Córdoba dirigido por Carina Cagnolo; dicto el seminario Las artes visuales en los siglos XX y XXI del programa de Extensión de Artes (FA.UNC), y co-coordino el programa de Artes visuales del Centro Cultural Casa de Pepino. Como artista actualmente continúo mi formación en la clínica de escritura de Eloísa Oliva, recibí la beca del Taller de Pensamiento y Producción en Artes Visuales a cargo de Carina Cagnolo y José Pizarro (2015) y de la Clínica de obra Córdoba/Tucumán a cargo de Verónica Gómez, Andrés Labaké, Eduardo Basualdo y Eduardo Stupía (2014) ambas coordinadas por el FNA y el Centro Cultural MUMU. También he recibido la beca de la residencia para artistas CURADORA (San José del Rincón, 2014) y de la residencia MANTA (San Martín de los Andes, 2016). Fui seleccionada con el proyecto Una Posibilidad para ser desarrollado en el FNA (Buenos Aires, 2015), MUMU (2014) y CePIA (2013). Otras muestras importantes fueron Hasta que tenga sentido (Galería Bluma, 2015); Tal vez un sueño, un espejismo: un lugar común (Centro Cultural Casa de Pepino, 2014); Mudable Imperfecta Incompleta (CePIA, 2010). He participado en el programa de residencia de La Sala que Habito del Cabildo Histórico de la ciudad de Córdoba con el proyecto Acciones para un mundo menos refinado (2013). Colaboré y participé de los proyectos Territorio Secreto, Ciclo Sé (2015), Galerías Efímeras (2014/ 2013/ 2010) y Cometen/Hechos varios (2010). Fui seleccionada en La Línea Piensa (2010), Convocatoria Inversión OFF-LIMIT (Madrid, 2010), Salón Ciudad de Córdoba (2008) y Premio Argentino de Artes Visuales Fundación Osde (2006).

Me he desempeñado en varias ocasiones como jurado de selección y mis obras pertenecen a colecciones privadas.