VICTORIA ROLAND
RESIDENCIA MANTA. SAN MARTÍN DE LOS ANDES. NOVIEMBRE 2023
En noviembre del 2023 participé de una residencia en Manta para continuar el proceso de escritura de mi proyecto de novela “El proyecto de las 24 hs”. Este proyecto narrativo surge de una experiencia performática que ejecuté en marzo del 2018, junto a mi compañía de investigación escénica La Mujer Mutante, y que consistió en la escritura y posterior ejecución de “Un guión de acciones ficticias para vivir 24 hs reales”. Esta performance diseñada y ejecutada por mí, junto a la colaboración de miembros de mi compañía, fue llevada a cabo durante 24 hs de un día de semana cualquiera, en el que tuve que alojarme en un hotel del barrio de Chacarita en mi propia ciudad (Buenos Aires), portando una peluca y una identidad falsa, con el objetivo de cumplir un detallado cronograma de actividades: tareas de vagabundeo, acopio de tesoros, consignas de escritura, visita al cementerio de Chacarita, interacción con desconocidos, entre otras cuestiones. Durante ese día, los colaboradores de mi compañía me siguieron para filmarme o tomarme fotografías. Como producto de esta experiencia, se generó un archivo de textos e imágenes con los que ahora estoy haciendo una novela para ficcionalizar nuevamente esa experiencia de ficción en la realidad o de realidad en la ficción, que yo misma viví, y darle una nueva vuelta de tuerca a todo este experimento.
Durante mi residencia en Manta pude combinar la lectura de todo el material, el repaso y la organización del archivo que tenía (en el que estoy basando mi novela), con caminatas por el bosque y la montaña, paseos en velero, encuentros con artistas locales, y escritura de nuevo material. También conviví junto a la artista mexicana Tania Solomonoff, y pudimos producir un intercambio muy estimulante entre las dos, compartiendo nuestros proyectos artísticos en conversaciones, lecturas y prácticas con nuestrxs cuerpos. También diseñamos juntas una actividad de investigación performática en la naturaleza a la que llamamos “Otrxs mundos cuerpos nuestrxs” que abrimos al final de la residencia.
Como testimonio de mis inspiradores días en Manta, comparto un diario que me propuse escribir durante mi estadía, para poner la escritura en vibración vital, urgente, y necesaria, más allá de la novela, y a la vez entrelazado a ella. Escribir como caminar por el bosque, como navegar, como respirar, como estar ahí, expandiendo la experiencia, o experimentando la expansión, cada día.
Terminar el día escribiendo un diario ya es una dimensión desconocida. Luego de las últimas semanas –reales, demasiado reales-, y la capacidad que han tenido esos días de lastimar profundo. ¿Se puede lastimar superficial? He aquí la escritura como primera medida. Una forma de operar hacia adelante que puede volverse hacia atrás o hacerse preguntas que horaden el avance de las cosas. ¿Venir al sur es retroceder? “Recorridos sensibles entre territorios”, el título que inventamos: ¿es una forma de decir estamos vivos? Caminamos sobre esta tierra, el oxígeno excedente de la Patagonia nos marea y eso nos hace bien. La política mundana: ¿existe un territorio más yermo? Nada por ahí, solo desolación, años oscuros por venir y heridas que se sienten profundas aunque pudieran ser vividas superficialmente o volverse intermitentemente invisibles y visibles para cada quien. Muchos adverbios terminados en mente que me hacen ver como una mala escritora, cosa que tal vez soy. No pienso corregir. El diario del error. El error es el diario. Como esta herida que tengo en el dedo y duele cada vez que aprieto la tecla. Los diarios son palabras para los días: heridas que dicen bla bla para no quedar ahí fijadas como en una estampa. Escribir es deshacer las estampas, como si el mundo se volviera definitivamente lo que en realidad es: aire mezclado con tierra y hojas con raíces que se confunden con hongos y bacterias y que transmutan todo hacia un lugar que nunca se avisora definitivo. El infinito precario inestable, es decir: la vida. Eso que a veces tapamos con redes sociales en las que somos cualquier otra cosa distinta a esta herida en el dedo que duele cada vez que presiono la tecla. Ya de por sí el ejercicio: escribir cada día, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, grite lo que grite, un jote en la cima de un pino eterno, o el arroyo que se escucha pero no se ve. El mundo es bosque. ¿Es? Porque el mundo, a veces, casi siempre, se manifiesta pantalla. Y los enfermitos que quedamos por ahí (“estamos enfermos, perdonen nos, perdonen nos”), caminamos de repente por un bosque y descubrimos que el mundo bosque estaba ahí al lado del mundo pantalla. Y que demonizarnxs tratando de controlar el impulso de hacer la foto tampoco sirve, porque si no fuera tan importante, qué más daría hacer la puta foto del bosque. Si el mundo fuera bosque. Es. Fuera. Que además hubiera una pantalla que lo volviera estampa sería un detalle, un souvenir, un recuerdo de mar del plata. Pero no, el mundobosquepantalla es como el capitalismo que todo lo coopta, hasta a la mismísima palabra libertad, esa palabra imposible, que ya sabemos casi nada significa si casi nadie conoce. Una palabra deseo, una palabra anhelo, pero no, seguro que no, una palabra cosa. Y ahora, definitivamente: una palabra trampa. Pero no nos dejemos cooptar por la política mundana que todo lo deprime, que todo lo aberreta, que todo lo inmoviliza. Iba a escribir “todo lo pudre”, pero me di cuenta de que pudrir tal vez pueda ser una acción vital, demasiado vital, que transmuta algo en otra cosa, no como la estampa inmovilizante o la pantalla souvenir que lejos de ser un adorno de abuela olvidado en un desván, ay, se cree muy importante. Como siempre, el problema de las categorías, de las cosas que cooptan otras cosas, de las palabras trampa, y de que en definitiva, todo lo que se cree muy importante se vuelve pesadilla, porque nada, NADA es tan importante. Ya lo dice Pablo Lescano: “No te creas tan importante.” Última frase y conclusión. A dormir en el cuarto reservado para mi responsabilidad de artista creativa que tal vez no tenga nada creativo para decir, o solo necesite dormir escuchando un arroyo, que, por fortuna, se escucha y no se ve (¿el sonido, que no necesita de la tan soberbia imagen que se cree tan importante, es nuestra salvación en el fin del mundo?) Fin por sur, pero también por mundo. De aquí en más, bien pero bien ubicada en los fines. No hay otro lugar más vital, más viva es más pudrirse, no se puede vivir sin pudrirse. La podredumbre de lo vivo que estremece.
DÍA 2. 25.11.23
Hoy, la psilocibina como colaboradora artística. Solo una cosa quiero decir: identificar el propio deseo, sin dejarme tentar por los deseos de lxs demás, y ese absurdo afán de amabilidad de quienes temen ofender cuando al no manifestar su deseo esclavizan a otrxs a algo que ni querían. En fin, un gran “he aquí la cuestión”. El deseo y la vida vital de los próximos años, es decir: escuchar por dónde suena el arroyo. Allí estará nuestra trinchera, mejor dicho, allí estará nuestro bosque. Ser artistas tal vez sea, más que ser especialistas en la existencia, como dije hace poco, ser especialistas en el deseo, o mejor dicho: ser especialistas en el real del deseo. Porque la vida no artista (que solo es una puta decisión como cualquier otra) sí que vive de deseos no reales. La fantasía falopera de la vida. Deseos que solo se drenarán via streaming. He aquí una solución, disponible con los tres numeritos de seguridad del dorso de la tarjeta de crédito (solo así es disponible, es cierto, ¿por eso esta maldición de la clase media?). A veces es tan linda esa vida, ojo. Fantasías animadas de ayer y hoy. Mi subjetividad de los 90. Las pelis en el cable del domingo a la siesta. El deseo irrefrenable de ver pelis de ciencia ficción en un verano tórrido en casa de mi madre (yanquis, fundamentalmente yanquis). Esa imagen surgiendo con furia cuando nos enteramos del resultado de las elecciones. Ese colgar la toalla para perdernos en las fantasías animadas de ayer y hoy. Oh fantástico y falopero placer del abandono. Asumir con furia o con tristeza, o con una sonrisa que se sabe dolorosa e irónica y cruel, que el capitalismo ha sabido interpretarnos tan bien. Este sí que es un gran “he aquí la cuestión”.
Empiezo a ver los videos de la experiencia de las 24 hs. En uno de esos videos, que dura 2 minutos 32 segundos, escucho: “Es un trabajo que estamos haciendo. Para una obra de teatro. Una amiga que está ahí hospedada. Estamos haciendo un trabajo de espionaje.” Dice Mati, mientras mis amigxs me filman habitando la ventana del hotel. ¿Un acto de narcisismo o un acto de poesía? Siempre pretendemos darle la vuelta al rulo narcisista para producir poesía. ¿Pero de paso vernos lindas en una ventana? Puede ser. ¿Por qué se nos pide pureza? Somos como cualquier mortal. Ay, ellos, los artistas. Confieso que abono ese romanticismo banal pero hermoso. Ser artista es lo más. Lo creo de verdad. ¿Para qué caretearlo? De las etiquetas disponibles es la que elegí. ¿Qué somos los artistas? ¿Narcisistas crueles aferrados a nuestras ventanas con vistas? Tener una ventana: un motivo de esta novela / obra. Construir esa ventana. Ser parte del cuadro y no del pintor que lo pinta. Las mujeres que siempre fuimos musas ¿pueden por favor por fin escuchar lo que estábamos pensando mientras mirábamos por esa ventana? (y alguien nos miraba / nos pintaba / nos filmaba).
Me visualicé en la futura obra de esta futura novela. Una obra fuente de otras obras y así hasta el infinito. Si se dice que siempre se trabajan los mismos temas, que el loop y la repetición camuflada son nuestros procedimientos, volver entonces consciente esta fuente infinita de un mismo oráculo material. Esas 24 horas como fuente oracular de todo lo por venir. La obra será algo como esto: escuchar los pensamientos que salen flotando de esa ventana. Y Feli va a tocar la guitarra mientras yo pienso-digo-pienso-estoy en la ventana. Una urbanidad loca: la guitarra eléctrica + la ventana que mira al mundo-caos + mis pensamientos que también son eléctricos como la guitarra. Y además un proyecto del amor, ¿Porque qué otra cosa necesitaremos estos años que no sean un proyecto del amor? Solo eso. Pienso en los amigos y los nombro: La Mujer Mutante, Tato, las Bacantes re-encontradas, Feli (el amor). Con ellxs es el futuro. Con ellxs es la obra. (Y la novela). Gracias a. Solo eso. O todo eso. Eso es ser artista tal vez: construirse una vida con amigxs. O armarse una vida para tener aventuras con amigxs, y que alguien pague por eso. Ja. La verdad es que ya he aprendido a hacerlo muchos años sin el dinero. Volveremos a aprenderlo una y otra vez. Las veces que haga falta. Y no es romanticismo, es un pensamiento técnico. Sabemos cómo hacerlo. Nos lo ha enseñado el arte.
DÍA 3. 26.11.23
Hoy tuvimos el día más aventurero. Conocimos a Cristina, que vino a buscarnos con Feliza, su amiga del pelo multicolor. Cristina, 76 años, artista, filósofa, madre, abuela, militante, guerrera, dibujante, navegadora, caminante, amante de los caballos y las montañas (“que cuando las miras, te miran, son mucho más grandes que vos”, me dijo, curtida por el sol, llena de arrugas y con una agilidad que nos da vuelta a todxs a su alrededor). Un personaje que ya entró en mi novela.
Empezamos el día con las meditaciones de Osho que Tania me comparte en el living. Inhalar y respirar por la boca repasando todos los chacras: piso pélvico, lumbar, plexo solar, cardíaco, laringe, centro de los ojos, tapa del cráneo. 3 veces ida y vuelta. Una terapia de descarga. Y olvidarse del documental de netflix. La potencia puede estar cerca del espanto. Cero temor. Cero moral. El arte de la distinción nos salvará de la matrix que todo lo devora, que todo lo maniquea.
Cuando Cristina nos viene a buscar, Tania se descompensa, está tirada en el piso, la ayudamos a vomitar. El día arranca con purgas.
Luego nos vamos las tres: Cristina, Feliza y yo. A navegar con el velero de Cristina hasta Quilaquina. Travesía en el lago. Amarres y velas que se enrollan y desenrollan de acuerdo a las necesidades del viento, el sentido de las agujas del reloj, y la dirección del viaje. Al volver, timoneo: el velero se mueve según mi indicación. Ese pequeño poder me fascina. El velero me fascina. Cristina haciendo los nudos y enrollando las sogas. Esa amistad de generaciones lejanas. Esa persistencia en la juventud. Los relatos de su búsqueda artista. Dice que no sabe dibujar, que estudió filosofía. Todo lo que no corresponde, en el lugar incorrecto: ahí reside la belleza. Lo incorrecto habilitador siempre me inspira. La manifestación de la singularidad nos libera. Cristina es un poco Bardera, Ácida, Divertida. Más adelante nos auto-nombraremos como amigas-enemigas, abrazando siempre las paradojas que vuelven más vivible la vida, menos plana. A la noche en su casa, despliega el rollo de 10 metros donde dibuja con pequeños trazos paisajes invertidos o en doble sentido. Uno de los dibujos tiene el ancho del salto de su caballo que ya murió. “El día de la madre” nos dice. Los cascos de las pisadas del caballo arman dibujos de recorridos infinitos. Con Suayi y Tania hacemos una clínica espontánea para sugerir que tendría que ser visto en el piso, que puedas caminar alrededor del dibujo, jamás colgarlo en la pared, jamás definir y clausurar el punto de vista. Yo imagino el dibujo desplegado en un gran salón blanco, que el negro del lápiz horade la luminosidad del blanco. Imagino un caballo caminando arriba del dibujo. La noche termina con las anécdotas de su militancia en los 70. “No me mataron de pedo” nos dice. Cristina está viva de milagro, y por eso, perderse en una montaña le parece una pelotudez. Eso de llevar radios y teléfonos y alarmas, ¿para qué? Si te perdés, te perdés. La grabo a Cristina sin que se dé cuenta. El martes nos llevará a la montaña y la voy a grabar de nuevo. Como la grabación de la conversación con Martín en el conurbano que ya es parte de la novela, un procedimiento que se avisora encantador. Salir a caminar con amigos, con personas que valen la pena, y grabarnos conversando. La conversación como una de las bellas artes.
DÍA 4. 27.11.23
Algo que generalmente me sucede: me gustan más los textos que escribí cuando los leo después de un tiempo de haberlos abandonado. Me encanta el texto que escribí que creí no tenía gracia. El de “Cómo llegué hasta aquí”. ¿Será porque soy una tonta y me conformo con poco o porque está buenísimo y cuando lo escribí hace casi un año tenía una angustia galopante que nublaba mi juicio y me hacía malísima conmigo misma? Será difícil responder esta pregunta. Las preguntas no se responden. Eso ya fue. Y ¡no importa! Creo que por suerte ya abandoné la inquietud por si soy buena o no y yo que sé que estupideces propias de quien no está adentro de lo que hace. Estar adentro de lo que se hace es abandonar el juicio, meterse al mar, a lo inmenso infinito que te envuelve y te sumerge en un mundo invertido y otro.
Sensación de liviandad. Y de confianza. Y de presente. Mañana Cristina nos lleva a la montaña. Tania lleva sus lanas para probar unos enlaces y unos amarres. Yo llevo mi cuadernito y el libro del budismo zen. El que llevaba cuando conversamos con Martín en el conurbano. Llevar los libros de viaje, amarlos, gastarlos, hacerlos decir cosas nuevas, una y otra vez. La lectura como viaje morfogenético de mixtura. Eso.
Antes hablaba del arte como desde afuera,
como quien mira algo maravilloso
y quiere
ser parte,
pero como quien mira un estanque,
y admira
la flor de loto que flota
en el centro,
magnánima,
(“no te creas tan importante”),
hermosa y soberbia,
en el estanque,
la fascinación es un poco un no ser parte
ser parte es en cambio
estar,
más parecido a respirar,
comer,
dormir,
tener que entrar a La Anónima a comprar tampones:
un ser en el mundo
ramplón
desangelado,
en lo que es,
con lo que hay,
pero al lado de todo eso,
en la góndola de más adelante:
la poesía:
en esa madre chilena,
que le dijo te amo más de 4 veces
en 5 minutos,
a su hijo,
en la cola del super,
esa intensidad de ellos, su propia
poesía
o su propia
pesadilla,
qué más da:
de poesía a pesadilla se pasa en un instante
todo es una cuestión de
marco,
o de intención,
o de contexto
o de misterio,
o del título de la obra,
el mundo es tan de revés,
como los árboles invertidos de Cristina,
esos árboles expresan lo real del mundo:
no se sabe de dónde mirarlos para que sean,
de un lado y otro:
otra película
otro/s mundo/s
hay muchos
hay varios
hay tantos
y hay fines, no olvidarlo,
estar al borde del filo de los fines
es estar vivas,
como tener 76 años y decidir navegar tu velero
hasta que el viento te diga chau
si total
aquí estamos,
todas,
en el filo de los fines,
hay quienes se entregan a
la danza de los filos
y quienes, horrorizados,
miran las declaraciones
de algunos
políticos
(por la tv)
aunque los bosques estén contaminados,
o precisamente por eso,
por la fragilidad de esos bosques,
hemos de apagar esa tv,
para dejar a esos políticos
(hologramáticos)
dormidos y
adentro de la cajita
inexistente,
mientras,
nosotras,
las inadaptadas,
huiremos a los bosques,
esos, los contaminados,
ni lo ideales ni los románticos,
los contaminados,
que siguen ahí,
porque algo es claro:
las cosas, pese a todo,
resisten,
y al resistir,
he aquí lo más interesante:
se vuelven monstruos
mutantes.
La resistencia
no es dureza,
como se cree,
es una fragilidad
estallada
que incendia,
es una debilidad
extrema
que
bombardea.
DÍA 5. 29.11.23
Hoy no pude escribir. Tuve que vivir: Montaña 6 horas. Experimentaciones artísticas entre la teoría y los cuerpos (tema: las mono/poligamias). Cena con artistas locales: ravioles de trucha ahumada, pinot noir y whisky con jugo de manzana. Informaciones que se superponen. No hay tiempo de bajar nada. Solo queda una notita con algunos apuntes de época: neoliberalismo / parasitarismo / consumismo afectivo / ser investigadora y bicho. Dice Suyai: “estamos viendo la revolución de los sin afecto”. Cada tanto, invariablemente, recordar lo difícil que será en este país seguir viviendo. Pero siempre con una sonrisa. Aún en ese dolor de recuerdo. ¿Somos rebeldes o somos tontos? Tal vez un poquito de los dos.
DÍA 6. 30.11.23
Hoy con un poco de gripalidad, con un poco de propolio, con un poco de equinacia. Ayer hicimos la travesía de la montaña. Cristina nos guía. Cerro La ventana. Es, literalmente, un marco magnífico todo hecho de roca y montaña que quedó así, con ese hueco en el medio. Dentro del hueco: montañas y más montañas, con sus alfombritas de nieve tan blanca y radiante, el cielo en los intersticios. Llegamos a la cima. Durante, hubo debate: ¿es importante llegar a la cima? ¿O tal vez es más importante ir viviendo cada paisaje? Encarnando cada estación. No quise sumarme a las opiniones. Mi energía ariana se suma prestamente al desafío de la cima, pero comprende la importancia del proceso. Y sabe que no se puede luchar contra la naturaleza de cada quien, porque la montaña es naturaleza pero nosotras también. Cristina camina infatigable todos esos suelos que van deviniendo suelos mutantes: bosque de pinos, pateando piñas, tierra (más seca cuando está al sol, más húmeda cuando se mezcla con restos de troncos podridos), arena, piedras, ladera. Los árboles crujen: nos hablan. La montaña nos droga de oxígeno, casi como si fuera un hechizo o una trampa. Y cuando desde una ladera, donde hay viento, oh, mucho viento, entras al bosque, el mundo cambia; el mundo se vuelve bosque, y el suelo tiene tanta información que tus pies se marean de pensar o se despiertan de un largo sueño de cien años como si hasta ahora hubieras sida la bella durmiente. Subir a la montaña, más grande, siempre más grande, que es lo que ama Cristina -ese ser más grande-, te despierta. Como si el mundo hubiera sido otra cosa, un espejismo o un sueño, y en la montaña la real realidad desafiará las posibilidades de lo nítido. Nitidez de contornos: árboles caídos, abiertos por dentro, como si de repente fuésemos testigos de sus órganos internos, de las vísceras de los árboles, ramas colgantes, a punto de caer, podría ser sobre mi cabeza, pienso, pero he ahí parte del sentido total de este despierte, de este sueño demasiado abierto, de este paisaje demasiado expandido que te abre los pulmones como si se te hubiera metido adentro todo este sur del mundo. Ser feliz se parece a esto: que desaparezca todo lo contingente, que solo quede la roca, el viento, el yuyo, el cielo, la nube, la nieve, la arena, el sedimento. Tan simple. Leer tantos libros para esto. El nombre del mundo es bosque o la montaña es más fuerte que yo o mi nombre es montaña, mi nombre ¿cuál es? Subir es olvidar el nombre. En la subida, se conversa lo que se conversa pero ninguna palabra se enrosca sobre sí misma, porque avanzar hacia la cima no es cumplir ningún objetivo rentable, es asomar la cara a la ventana de lo infinito para mirarlo unos minutos antes de volverse. Nada más inútil que subir una montaña, como hacer arte. Como ser arte. El arte de la montaña. Nada más importante que enfrentarte a los paisajes que te hacen sentir poco importante. Nada más sano que dejar de ser alguien. La novela: tal vez la misma experiencia que parece ser un ego trip, sea en realidad su reverso (como los árboles de Cristina): ser una doña nadie. O tal vez las dos cosas. Cada vez dudar más del cuentito de lo uno o lo otro. Por eso estas dos experiencias: el mar y la montaña, son dos experiencias tangentes a esas 24 horas urbanas. ¿La despersonalización como camino trascendente o in – trascendente? El nombre del mundo es paradoja. El nombre del mundo es arte. El nombre de la vida es arte. El nombre del arte es cosa.
DÍA 7. 30.11.23
Hoy la meditación + la psilocibina trajeron visiones. Una de ellas: la chica acurrucada en una piedra al lado del río. También desvanecí a varios monstruos para demostrarles que no tienen tanto poder como creen. Como aquella vez de la ayahuasca y las águilas nazis en mi frazada. Luego estuve muy relajada y agotada, desconcentrada para la escritura. Ocupando lugares hermosos, pero eso fue el leit motiv predominante de estos días. El celular aún estuvo demasiado presente. Necesitaría muchos más días, muchos más. Supongo que algo es real y es que todo no se puede. El mundo de las residencias, ¿es un mundo posible? Huir un poco del mundo para poder seguir viviendo en el mundo. ¿Tal vez esta sea la única forma de vivir en el mundo?
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VICTORIA ROLAND / BIO
Victoria Roland es creadora en artes escénicas, actriz, directora, dramaturga, docente de actuación y Licenciada en Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba. Su práctica se desarrolla en el cruce entre el teatro, la performance y la investigación de lenguajes híbridos. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacional de las Artes, Universidad Nacional de San Martín, Universidad Nacional de Córdoba, Centro Cultural Rojas, Teatro Municipal General San Martín, y de manera independiente. Ha sido becaria del Instituto Nacional del Teatro, el Fondo Nacional de las Artes, Fundación SAGAI. Con algunos de sus trabajos ha participado de giras y festivales nacionales e internacionales como la Bienal de Performance, el Festival Internacional de Buenos Aires, el Festival de Teatro del Mercosur, el Festival Teatro a Mil Chile, Teatros del Canal Madrid, entre otros. Vive en Buenos Aires y forma parte de la compañía La Mujer Mutante: “El mundo es más fuerte que yo” (2017), “Una obra más real que la del mundo” (2019) (Cementerio de Chacarita de Buenos Aires), y “Algunas notas para inventar otros mundos” (Bienal de Performance 2021). Publicó “El mundo es más fuerte que yo”, en co-autoría con Juan Coulasso, junto a “Diarios de la actriz”, de su propia autoría, a través de la editorial Populibros (2020). Como directora estrenó: “Beya Durmiente (Dj Beya)” (2019), adaptación de la novela de Gabriela Cabezón Cámara (Xirgú UNTREF), “Poesía Ya!” y “Agite literario” (2021) (Centro Cultural Kirchner), “Teoría King Kong – Durmiendo con el enemigo” (2022) (Teatro Nacional Cervantes), “Construir un j4rdín” (2022) y “Conferenci4 sobre B3c3tt” (2023) (Universidad Nacional de las Artes). Como actriz y co-directora escénica estrenó “Artista Ex Machina” (2023) de la artista visual Nicola Constantino, con la composición musical de Esteban Insinger y la dirección musical de Juan Martín Miceli, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón de Buenos Aires. Está escribiendo su primera novela.